Había sabido resistir al vértigo, al ritmo del espacio y el rumor de la ciudad invadía cada día su sosiego bebiéndose a sorbos la madrugada. Se entretuvo al oído de la vida, al compás de todos los vientos. Un día se miraron a la altura de la voz y se encontraron en secreto. Con los ojos llenos de alegría camina rodeada de belleza.
Late el corazón en este tiempo presente, tan eterno… Fluye la sangre en remolinos de viento que regalan los susurros escondidos en alguna parte mientras esperan, buscándose. Siempre queda del amor ese instante escondido en el laberinto del jardín, la primera voz del beso diciendo: ¡Quédate, amor! quédate… Y entonces se oye sólo el viento.