Llueve. Las gotas de agua mojan los zapatos mientras ella dibuja el contorno de un hombre desconocido. Él dejó una sombra en la noche y se marchó sin decir adiós. Ahora, ella, cautiva en las nubes, escribe su tierno olvido acariciando las palabras al trasluz.
Miro y desde el fondo de la muerte veo al claro de luna deshojando la noche. Vuelvo a mirar, ella me tienta y se detiene. Converso con la muerte, por cada palabra gano una flor, por cada muerte siete vidas. Le ofrezco mis manos, fugaz y furtiva desaparece. Bajo su atenta mirada escribo una nueva vida en la alquimia del poema.